La crisis de los modelos a seguir en la era digital

«Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca.»
— Rosario Castellanos

Hace siete años, me encontraba en un club literario de Ciudad de México, un espacio donde mujeres creativas solíamos reunirnos para compartir café y algunos versos. En una de nuestras sesiones, llegó a mis oídos un refrán que me partió en dos: «Mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin». Con solo verme, con el ceño fruncido, era fácil imaginar el rechazo interno que sentí al escuchar aquellas palabras. Pero, al mismo tiempo, supe que algo importante estaba por suceder: me encontraba al borde de descubrir a Rosario Castellanos.

Chayito, como la llamaban cariñosamente sus amigos, entre ellos, Jaime Sabines, es la viva imagen del ímpetu revolucionario dentro del feminismo. A finales de los años 70, cuando aún faltaban cuatro años para su fallecimiento, Castellanos desafió las convenciones a través de su ensayo Mujer que sabe latín. Con esta publicación, desmanteló un refrán que, en lugar de empoderar, obstaculizaba cualquier posibilidad de que la mujer se destacara intelectualmente, académicamente, por miedo a ser etiquetada como «desmesurada» o «rebelde».

Este primer contacto con Castellanos despertó en mí una curiosidad creciente. Empecé a indagar más sobre su vida y su legado, y pronto me di cuenta de la trascendencia de su pensamiento, no solo en el ámbito feminista, sino también en su contribución a la construcción del pensamiento mexicano contemporáneo.

¿Cómo es posible que en una época de emergente empoderamiento femenino, haya surgido una figura tan radicalmente diferente a la dulce Carlota que Goethe presenta en sus obras? ¿Una Políxena de Troya, que se niega a ser sacrificada?

Estas preguntas surgen como una reflexión sobre el impacto y la controversia que Rosario Castellanos dejó en nuestra cultura. Su influencia no se limita al feminismo, sino que se extiende a la defensa de los derechos indígenas, particularmente en el ámbito novelístico. En obras como Balún Canán (1957) y Ciudad Real, denunció las condiciones de vida de los pueblos indígenas, visibilizando su sufrimiento y discriminación. En este sentido, su obra no solo es un testimonio literario, sino también un acto de denuncia política.

En el ámbito poético, Castellanos ofrece uno de sus mayores tesoros en Poesía, no eres tú (1972). A través de sus versos, nos invita a realizar un viaje hacia lo más profundo de su conciencia y su visión del mundo:

Considera, alma mía, esta textura
Áspera al tacto, a la que llaman vida.
Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos
Y en el color, sombrío pero noble,
Firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
Para recomenzar
Una tarea siempre inacabada.

Este fragmento de su poema «Dos meditaciones», incluido en Poesía no eres tú, captura la esencia de Rosario Castellanos: una mujer que entendió que la vida es una constante reconstrucción, un desafío persistente contra las injusticias del mundo.

Hasta este punto, podríamos decir que Castellanos fue una escritora con una vasta y enriquecedora trayectoria. Sin embargo, su vida no se limitó a la literatura. En los últimos años de su existencia, asumió un rol diplomático, siendo designada como embajadora de México en Tel Aviv durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. Fue en un trágico accidente, debido a una descarga eléctrica tras salir de la ducha, cuando Rosario Castellanos falleció, el 7 de enero de 1974. Su partida dejó un vacío irreparable en el ámbito literario y cultural, pero su legado sigue vigente, inspirando a generaciones que buscan encontrar héroes en el pensamiento y el arte.

Hablar sobre su obra es ingresar a un abismo de reflexión. Si no conocemos sus pasos, no sabremos qué riesgos corrió ni qué sacrificios hizo, y mucho menos podremos decidir si admirarla o no. Y este cuestionamiento nos lleva a una reflexión más amplia:

¿a quién seguimos en la actualidad? ¿Qué valores seguimos, qué referencias buscamos en un mundo tan saturado de información homogénea?

El fenómeno contemporáneo nos enfrenta a una preocupante falta de ídolos, y el temor es latente. ¿Nuestra generación seguirá conforme con seguir a influencers de Instagram o YouTube, en un mundo donde las apariencias son la receta a seguir al pie de la letra? Para comprender mejor este fenómeno, basta con revisar los hábitos de consumo cultural de la población.

De acuerdo con un estudio presentado por El Economista, el hábito de lectura en México se limita a un promedio de 39 minutos continuos al día. En comparación, la Asociación de Internet calcula que los mexicanos pasan un promedio de 7 horas y 14 minutos conectados a Internet, especialmente en redes sociales. Este dato pone de manifiesto una inquietud: ¿a qué tipo de contenido estamos realmente expuestos? ¿Estamos leyendo libros que nos desafían a pensar, o nos estamos dejando llevar por la superficialidad de videos cómicos, memes y contenidos que nos alienan y homogeneizan el pensamiento?

Es urgente reflexionar sobre este vacío cultural y la necesidad de rescatarnos de la banalidad del consumo digital. Si, en lugar de consumir contenido trivial, nos conectáramos con historias de personas que transformaron su entorno y dejaron un legado duradero, podríamos comenzar a redefinir el significado de heroísmo en la era digital.

En este sentido, figuras como Rosario Castellanos son fundamentales. Conocer su vida y su obra no solo enriquece nuestro acervo cultural, sino que también nos inspira a cuestionar, a luchar por un mundo mejor. La castellanización, la apropiación de sus ideas, es una llamada a reconocer a aquellos que nos han legado un pensamiento profundo, crítico y transformador.

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