Sobre la arena me recibes con besos blancos,
pequeñas caricias a mis pies
sobre la historia del mundo,
el mayor testigo del tiempo.
Similar al encuentro de dos amantes
recorres mis piernas, rodillas, caderas,
caminamos juntos hacia el fin de un sol
hasta que la noche llega para quitarte la calma,
porque celas a la Luna.
Así enfureces
con la misma tiranía que la de un capitán de barco sin llegar a tierra.
Poco a poco mis piernas van perdiendo peso
floto sobre tus constelaciones y planetas para entenderte a tí,
Dios del infinito, testigo de la eternidad
que con tus voces acabas con la miseria del triste,
con tus lágrimas limpias al hombre que sufre del vaivén urbano.
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