Nuestro camino iba de azul, tan perfecto,
que las noches se convertían en días
cuando lo que no podíamos era dormir
por estar al pendiente del otro, de uno mismo.
No había tráfico alguno para que la paz demorara tanto,
ni necesitábamos de puentes para transportar nuestras caricias.
Ahora sólo deseo que las noches sigan siendo noches
para no despertar y notar tu ausencia
o endulzarte con el más feliz de los recuerdos
para engañarme y creer que fuiste el más sano de los hábitos.
La incertidumbre y mente se volvieron en mi contra
y recrearon un millón de posibilidades de tus pasos porque aceptan la inmensidad del universo;
mi debilidad ante tus palabras.
Lo único infinito aquí son las ganas de volver al pasado
y quitarle el filo a los errores
para que ya no me apuñalen la conciencia
cada vez que recurro a ellos con la intención de invocarte,
aunque no tenga razón en hacerlo.
Deja una respuesta