Uno al llorar se le vierten el alma
y los pensamientos en llovizna o
a cántaros (dependiendo el clima),
sobre el pecho blanco que se tizna
con la ceniza ardiente de lágrima.
Al llorar uno, se le cuelan las gotas
entre cada grieta de la infancia,
entre cada grieta imaginaria de
vejez, que en sigilo espera en casa.
Al llorar uno, se convierte en dos,
porque la soledad a solas no existe,
como el ocaso rojo que se atraviesa
en el horizonte saludando a el alba,
o la melodía fúnebre acompañando
a la carroza que a los hombres ama.
Siempre hay otro a la espera de uno
y uno a la espera de la misantropía,
queriendo a solas ahondar un pozo
tan profundo como el sueño gris
que llega
solitario
al clavar la sien sobre la almohada.
*Painting: «Rain», Jeff Fan.
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