Usted, que jamás ha hecho fila en Western Union:
tenga en su escritorio esta propuesta fiscal
escrita por quienes todavía
hacen patria con sus manos.
3.5 por ciento aplicado al envío de remesas
a quienes limpian quirófanos,
levantan techos en Atlanta,
cuadran cifras en Houston,
programan sistemas en Boston,
y convierten su tiempo en transacción
para que su hermana estudie Derecho en Tepic.
Para que su madre coma en Bahía de Banderas.
Para que su casa, allá en el sur,
no se venga abajo con la lluvia.
Las manos de la patria
pizcan berries en Oregón,
cuidan ancianos en Miami,
barren las calles asfixiadas por asfalto
y también traducen contratos,
diseñan puentes,
operan máquinas,
dirigen hospitales.
Pero eso no importa:
para el Congreso, todo billete que cruza
es sospechoso,
y todo amor que viaja
debe ser tasado.
Y dígame usted,
¿quién va a gravar el cansancio?
¿Quién calculará el precio del insomnio migrante?
¿Van a cobrar también por los abrazos que no se dan?
¿Los cumpleaños por videollamada?
¿El llanto que no se muestra en pantalla?
En el primer trimestre de este año,
México recibió 14,269 millones de dólares en remesas.
Nayarit, 184.7.
Mermar 713 o 9 millones
no es ajustar el margen,
es abrir una grieta
en el centro del sustento.
Esto no es un impuesto extra.
Es una sanción al afecto.
Una multa por no haberse ido del todo.
También me pregunto
si algún día gravarán los poemas,
si cruzar una frontera con palabras
será considerado evasión de lo intangible.
Quizá mañana cobren un impuesto
por tener memoria,
por pertenecer a dos patrias
y a ninguna cama.
Y aunque esta petición no venga con firma notarial
o no tenga respaldo por bancos centrales,
le pido una cosa,
usted que firma propuestas sin mirar a los ojos:
que ningún burócrata con traje y calculadora
decida cuánto vale sostener a los suyos.
Que no le pongan precio
al recibo que llega doblado en cuatro,
con instrucciones de compra para la semana,
a los zapatos nuevos del niño que aún no camina,
al gas pagado desde lejos,
al yeso de una pierna rota en San Blas.
Porque aunque no pase por aduana
ni tenga código fiscal,
lo que viaja en esas transferencias
es el techo que no se cae,
la luz que no se corta,
el refrigerador que sigue lleno.
Y eso —aunque no lo sepan—
alimenta más que el pan.
3.5 dicen que es poco.
De donde vengo,
su moral no se mide en cifras,
sino en platos vacíos.
Painting: Frontera 8: Restaurant Chicali, 2024. Pedro Castañeda, Oil on paper 9 1/10 × 5 9/10 in | 23 × 15 cm. https://www.artsy.net/artwork/pablo-castaneda-frontera-8-restaurant-chicali

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