PARTE I
De grano en grano se me va el aliento contando los días en las dunas salteadas,
viendo de reojo al sol que se mete hasta en la etiqueta de los calzones…
…Y me quejo.
No hay mamífero más agradecido que el dromedario rumiante
que con una joroba se deja domesticar y le sirve al amo hasta el fin de los tiempos;
yo sólo tengo una mano adiestrada para escribir y otra para tocar el cielo cuando me estiro.
El rumiante dromedario viaja desde el norte de África hasta la península arábiga.
Yo sólo viajo a la tienda de la esquina de mi casa cuando se terminan las tortillas.
Él, en el calor fehaciente de la cafe-cidad de un Egipto solitario.
Yo, ante la llovizna de Ciudad de México que entorpece a los ávidos conductores.
¿A caso no es injusto, pintado con colores de absurdo el curso de la Tierra?
Por más que gire no cambia el rumbo, y así, el privilegio de la raza pensante estará siempre sobre la cuadrúpeda,
porque la ley de la gravedad aplica en la naturaleza, y el racional la desconoce cuando es hora de bajar su ego.
Un dromedario es más obrero, un dromedario es más agradecido, más temeroso, más…
¿Cómo decirlo? Sin herir sentimientos de hombre pensante…
Más digno de pisar la arena que se cuela entre patas, dedos y pezuñas a la que con humildad
le ofrece una reverencia cuando busca el suelo para entregarse a los brazos de Morfeo.
Él duerme tres horas y es la energía necesaria para recorrer kilómetros, buscando una fuente de agua de la que se abastece para aguantar semanas sin beberla.
La fragilidad humana que me abraza sólo por existir, no da más de tres días sin el líquido vital para que me falle un riñón y termine jadeando frente la puerta del hospital.
Lo único justo es que no importa quien de los dos muera, si el dromedario en las lizas del desierto o yo en la disputa con el coche de al lado detenido en el tráfico,
porque el mundo no recordará, ¿quién sabe? Ni a uno.
*Painting, «Bedouin Walking The Desert» by Hugh Arndt, 2013.
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