No hay dolor más grande que el creciente bajo la oscuridad de las cortinas cerradas,
mientras me balanceo sobre la cama como un equilibrista de circo,
con el fin de no caer hasta el fondo de la conciencia y llamarte al celular.
Tomo las cobijas y me entierro en ellas, con tal de ver en mis sueños tu rostro moreno,
extrañarte en el silencio de un día lluvioso de Ciudad de México, que no dice nada.
No siento ni pienso en otro paisaje que no seas tú, desnudo al borde de la cama,
mientras te velo la vida, o tal vez, solamente te veo dormir.
Me escondo en la tenue luz de mi lámpara de noche, y me refugio entre letras,
para pretender que escuchas lo que no permites que te diga.
Las palabras, golpean, con más violencia que el choque en carretera entre dos vehículos andando,
mientras no hay automovilista que frene y baje a comprobar si aún hay vida.
Yo sé que sí la hay, porque escucho tu corazón latir y a tu decepción nacer; más tirana que el mar abierto.
Aún hay vida; los girasoles continúan creciendo, y nuestros recuerdos se enmarcan solos en el pasillo de tu memoria, como fotografías de antaño.
Aún hay vida contigo, y tus manos me dicen aún quieren tocarme pero tu resentimiento evita que hagan música con las yemas.
Es la niebla entre nosotros. La niebla de la mentira. La niebla del miedo, la que nos deja accidentados en aquella carretera.
Niebla manifestándose, que el sol intenta disipar con sus rayos de luz, y que yo, decepcionada de mí, solamente observo,
como te sumerges, amor, confundido en ella.
La niebla no será por siempre, y el camino será cada vez más verde, gracias al sol que nos despierta cada día,
sólo si lo permites, con tu perdón, abrir la ventana y recorrer las cortinas para los dos.
Salgamos al jardín y sembremos besos, hagamos el amor, que las aves se mueran de envidia al sólo vernos juntos,
que jamás haya duda del amor que sentimos a reventar en los botones de nuestras camisas, porque estamos llenos; tú de mí, y yo de ti.
Salgamos al jardín, una vez más, amor, que no puedo seguir en cama orando al cielo por tus rizos entre las sábanas.
Salgamos al jardín, dos veces más, tres o cuatro, que hay mil días soleados esperándonos afuera.
Salgamos al jardín, de la mano, para acariciarte el oído mientras te digo te amo.
Siempre tuya.
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